el oficinista


Cuando llegó al final del documento, no supo que más escribir. Todavía faltaban minutos para que el día termine. En su conciencia tal vez pesaba un poco que ese día se ganó el sueldo por haber permanecido sentado heroicamente frente a su computador. Así como heroicamente volvió a la oficina luego del almuerzo. Y así como heroicamente volvería al otro día a la oficina, en la mañana, cuando le asalten deseos irrefrenables de declararse enfermo. Entonces por qué diablos su conciencia insistía en que ese día no había hecho lo suficiente?

Por la culpa, siempre es por lo mismo.

Salió de la oficina como si hubiera dejado 35 kilos de peso que acosaban sus hombros. Penosamente caminaba hacia la puerta principal, mientras iba acomodando su radio con las noticias deportivas sintonizadas. Arreglaba su chaqueta y demás tarjetas magnéticas de identificación, que en el apuro por salir del edificio se habían enredado entre sí.

Balbuceó un “hasta el lunes” a su vecino, que más que despedida sonó a un carraspeo agotado que llegaba al viernes con el último aliento.

...

Ella salió del gimnasio, con el cuerpo todavía caliente. Húmeda. Atractiva. Pese a que lo odiaba, llamaba la atención y se cruzaba con miradas babosas implorantes. Buscaba un taxi y le pitaban, le hacían luces, la acosaban. Los taxis pasaban ocupados pero igual frenaban, se acercaban, los otros carros igual. Buscó refugio en sus audífonos, nerviosamente bebía de su descomunal termo. Decidió caminar.

El la divisó con una cuadra de distancia, siempre coincidían. También le llamó la atención pero supo morderse la lengua y limpiarse las babas. Se paró junto a ella y sintió su olor mientras el semáforo indicaba que podían cruzar; él creía que de esta forma podría proteger a la dama, confundiendo a los galanes y haciéndolos creer que están juntos; pero ella no lo notó en absoluto, y los otros no dejaron su comportamiento bestial. . Ella se quedó y él siguió hasta su destino.

...

10 h45 de la mañana, él está en el baño de la oficina, mirando por la ventana. Desde ahí se puede ver el burdel que está en frente. A esa hora se las ve a las putas como vecinas comunes y corrientes: entran y salen, van a la tienda, se visten con ropa normal, se las ve humanas. Él las observa, vuelve a su cubil. Y cuando sale, se quiere follar a todas las mujeres con las que se cruza, husmea con la mirada en las entrepiernas, se deleita con bordes de brassier apenas visibles, averigua las formas redondas detrás de los pantalones, imagina fantasías, sexo casual en un callejón, o un arrebato de motel.

Camina dos cuadras y vuelve a cruzarse con la chica larga y húmeda del gimnasio, no puede más y se regresa directo al burdel, a buscar servicio. Nunca había entrado a uno antes. Llega, mira la puerta abierta, y decide ingresar; el lugar estaba oscuro, la pista de baile desierta. Había música y se escuchaban unas risas en el fondo. Se desorientó, buscó la luz se sentó en una mesa decidido a pedir una cerveza y una chica. Nadie lo notó, ni siquiera una de las putas que lo vio sentarse le prestó atención. Pronto se sintió como el más ridículo de los hombres, pensó en abandonar el lugar inmediatamente. Se levantó y caminó a la salida pero se desvió a último momento cuando alcanzó a leer el rótulo del baño.

Al salir, había una chica que lo estaba esperando. Le dijo mi amor qué quieres hacer y por dónde. Como si le hubieran bajado los pantalones en público, ganas de follar fue lo último que sintió. Cuando alcanzó a darse cuenta, él ya caminaba de la mano, ella llevaba una cerveza con el vaso de cristal puesto encima, a manera de tapa. Esta vez no fueron a ninguna mesa, si no a una habitación de la casa-burdel.

Las cortinas pesadas y la lámpara a media intensidad le daban un toque mortecino, Laura, que así se llamaba, servía en el vaso una cerveza con demasiada espuma. Mijito, estás lleno de ilusiones, le dijo, Mientras le palpaba el flácido bulto genital. Qué es que no te gusto? Le reclamó mientras se levantaba la falda y mostraba unos ligueros negros. Tócame las tetas, que eso es lo mejor de ser gorda, papito, y tómate esa cerveza que pareces un pedazo de hielo, mudo además. Y empezó a reír escandalosamente.

...

Al otro día en la mañana, las nubes se desparramaban uniformes haciendo que el cielo pareciera un colchón gigante de algodón. El smog marcaba los contornos de las nubes y todo parecía un paisaje hermoso pero fatal, como si pronto azotara una tempestad o hubiera un ataque de alienígenas. El oficinista estaba parado sobre la taza del baño observando por la ventana cómo el mundo empezaba a cumplir sus obligaciones. El guardia del frente del burdel cerraba finalmente el portón grande, y las señoras abrían sus locales de comida mañanera. Adentro los ruidos normales de la oficina anunciaban el comienzo de un día cualquiera.

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