amor en el bus


La forma de conocerse marca la relación que uno establece con otro ser humano.

Lorenzo la vio subir al bus. Menuda, con lentes y cara de ratón. Audífonos.

Ella atravesó la multitud hasta el final del pasillo y se quedó junto a Lorenzo. 

Adentro, los humores de los viajeros habían empañado las ventanas. Afuera había empezado a llover hace poco y nadie se animaba a abrirlas.

Ella seguía chateando. Lorenzo, mucho más alto, podía ver que le escribía a su mamá y que le pedía que cambie el agua al gato. 

II

Al día siguiente Lorenzo se acordó de ella. La buscó en el bus, pero no la encontró.

III

Desde donde estaba, veía cabezas con audífonos, abrigos.  Zapatos gastados de estudiantes. Alcanzaba a imaginarme esas vidas de obreros, funcionarios.  Pequeños y destruidos negociantes en un mundo que los presentaba despeinados, sudorosos y ensimismados.

Lorenzo subió en la parada acostumbrada.  Afuera, amenazaba lluvia.  Él siempre usaba un abrigo grande, incluso en los días de sol.  Atravesó el pasillo sin detenerse ante la muchedumbre. 
Se acomodó junto a mí. Revisaba su facebook, parecía que lo hacía aleatoriamente, pero luego de unos minutos, pude ver que revisaba únicamente un perfil.  Era inevitable espiar: los vaivenes del bus, el entrar y salir de los pasajeros, hacían que mi atención caiga en el celular de Lorenzo una y otra vez.

De pronto, guardó su teléfono. Se acomodó como para salir.  Normalmente su trayecto era igual al mío.  Todavía faltaban unos largos 40 minutos. Parecía buscar a alguien, Sacó nuevamente su teléfono y lo usó como espejo para ver su propio rostro.  El sudor hacía que sus lentes se resbalen y que el gel de su peinado ceda.  Rápidamente sacó un pañuelo del bolsillo trasero, se limpió el sudor. 

Se peinó con la mano. Parecía que esperaba a alguien.

Entonces reconocí a la cara de ratón.  Era la misma a la que Lorenzo espiaba en el facebook.  Y toda su premura por estar listo no era para bajarse del bus, era para recibir a la ratón.

Sudoroso y gigante, movió un poco su espalda, para hacer espacio a la recién llegada.  Ella, indiferente, se puso junto a él y disfrutó de una diminuta isla de paz en el enjambre humano que se transportaba sin ganas por la ciudad.



IV

Al otro día coincidieron.  El pasillo era intransitable, sin embargo, ella se maquillaba tranquilamente al vaivén del autobús.  Su figura pequeña se acomodaba entre las espaldas, mochilas y abrigos de los pasajeros.

Yo estaba sentado justo detrás de él y noté su inquietud al verla.

En una parada se bajó un grupo de gente y el puesto junto a Lorenzo quedó libre. Ella se sentó maquinalmente, sin dejar de maquillarse. Ahora que estaba sentada, comenzó a delinearse con un pulso formidable y se guiaba con un espejo diminuto.

A él, ese movimiento lo cogió desprevenido. Pese a que soñaba con viajar junto a ella y por lo menos averiguar su nombre o algo más, al encontrarse de golpe con que se le había convertido en realidad, se sintió sobrepasado. Y no pudo decir ni una palabra.

Ella, sin sospechar lo que provocaba en él, cerró el espejo, guardó todo en su bolso y bajó en la parada acostumbrada sin desconcentrarse ni por un segundo.

A él le costaba entender, cómo lo que, para otro ser humano habría sido la oportunidad perfecta para conocer a la chica que le gusta, él la había echado a perder. Y no sólo eso, Lorenzo sabía que ese encuentro lo había perjudicado y la sensación lo recorría como un escozor caliente por el cuerpo.

V

Llovía.  Adentro, las ventanas parecían derretirse por la diferencia de temperatura.  Hacía calor.  Un calor húmedo por los paraguas chorreantes, las chompas empapadas, los zapatos mojados. 
Ahora el bus iba más lleno que otras veces. Toda la ciudad parecía estar más llena que otras veces.

Cuando se abren las puertas para que bajen los pasajeros, entra el aire como una bocanada fresca y apetecida por todos. Limpia sudores, vapores humanos y exhalaciones de cansancio.  Parecen el último hálito de vida que resta, cuando la jornada laboral empieza y el recuerdo tibio de la casa, aun se siente con nostalgia.

Para Lorenzo, esperarla se había convertido en una rutina.  Todo dependía de tantas cosas, que cuando la veía subir al bus, se sentía afortunado.  Si bien al principio, se podría decir que fue el azar el que los cruzó en aquel bus, después ya no fueron coincidencias.  Lorenzo empezó a mover toda su rutina matinal para coincidir con la hora y el bus de la chica ratón. Cuando lo lograba, movía su cuerpo gigante entre los pasajeros, para quedar junto a ella y esperar que algún momento pase algo más.

Ahora ensayaba diálogos imaginarios, situaciones diferentes en las que Lorenzo establecía un definitivo y sorprendente acercamiento. Se planteaba escenarios en los que la ratona se sentaba nuevamente junto a él y conversaban animadamente, ella dejaba de maquillarse y él le hacía algún cumplido. Compartirían memes desde sus propios celulares y así él lograría pedirle el número telefónico. Después todo sería más fácil con el wazapp.

VI

El bus estaba a medio llenar, lo que para la hora era inesperado.  Sin embargo, el sol hacía que las filas de la izquierda estén casi todas ocupadas. La chica cara de ratón se subió en la parada de siempre, vio que el único puesto libre estaba junto a Lorenzo y sintió la necesidad de retocar su peinado con un gesto apurado.

Se sentó junto a él. Ella empezaba a desenredar sus audífonos, mientras Lorenzo no encontraba las palabras.
 
-Me llamo Lorenzo, somos compañeros de viaje-. atinó a decir.

Ella ya había desenredado los audífonos lo miró y le dijo: Carolina.  Se puso los audífonos.

Él pensaba lo estúpido que había sido al comenzar así una conversación imposible.  Ella ya sabía que le gustaba a Lorenzo. Por eso cuando le preguntó qué escuchaba, ella no le respondió y sólo compartió los audífonos con él.  

Él tan grande y ella tan pequeña compartiendo oreja con oreja alguna canción pegajosa.

Parecía que Lorenzo lo había logrado esta vez. Tenía que haberle pedido su número telefónico para después mandarle memes de peluches enamorados.  Pero cuando se bajó del bus, él no alcanzó a decirle nada más.

VI

El bus transpiraba un nuevo Lunes. Miles de cabezas gachas enfrentaban el comienzo como avestruces en el celular. Mientras todos pugnábamos por encontrar un puesto, Lorenzo había logrado reservar uno libre, junto a él. Valientemente, aguantaba la presión del bus entero que, insistentemente intentaba ocupar el asiento vacío.  

Entonces, llegó la ratón: Lorenzo se levantó torpemente para que la alcance a ver. Ella reconoció el gesto y el bus entero prefirió mirar a otro lado al entender la situación. La reina se había dejado avanzar dos posiciones en ese improvisado ajedrez.

Conversaron un poco, con los audífonos a medio sacar.  Por un momento, pensé que me había perdido algún capítulo de la historia y que tal vez Lorenzo ya había ganado territorio en un escenario en el que la reina ratona tenía todas las de ganar.

Ella le dio un pico al despedirse. 

Él sonrió todo el día, hasta que el placer se deformó en una mueca de esperanza.

Yo no creí lo que acababa de ver. En el transcurso del día, dudé de si había pasado o no. ¿Un beso? En el mejor de los casos fue una coincidencia de labios que, entre las ganas de Lorenzo y las desganas de ella, se cruzaron para armar uno de esos besos que se dan los niños, sin lengua y sin pasión.




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