El héroe de cocaína

UNO

La avalancha incontrolable de taxis, colectivos y combis los tenía atrapados en mitad de la avenida. Hombre y mujer aterrorizados frente a la imposibilidad de alcanzar la otra vereda.
Rápidamente el flujo de carros los rodeó y ahora estaba la pareja de ancianos sin poder avanzar un paso hacia delante y peor regresar. El bastón del anciano y la avanzada edad de ambos completaba el cuadro de desesperación que sentían esos pobres abuelos aventurados a cruzar la calle.
Sus rostros estaban perlados por el frío sudor del miedo. Como niños asustados no se soltaban de la mano y buscaban con la mirada alguna posibilidad de escape y sobrevivencia.

Los transeúntes seguían su camino apurado y en un segundo era como si los abuelos hubieran pasado a formar parte del tránsito cotidiano. El semáforo nunca cambió a verde y la violencia de la ciudad había convertido a ese par de ancianos en un monumento más, de esas estatuas que son honradas por las gargantas de niños en las escuelas y por el patriótico excremento de las palomas. La escena podía durar segundos infinitos en los que la muerte era una posibilidad entre tantas.

Sin poder tolerarlo más, el héroe de cocaína sintió ese terrible impulso que se apoderaba de él y lo manejaba a placer, buscó una esquina.

---sniff---sniff-----

--Esta va por ustedes, y ésta va por mi-- se repitió. Dos tiros directos al cerebro y a la sangre, uno por cada ternilla de la nariz.

Era inevitable. Su patológica y compulsiva disposición de ayudar ya lo había poseído. Extendiendo los brazos y matando con la mirada a los choferes les ordenó detenerse. El desprecio y el odio se veían en sus ojos. La sensación de absoluto poder que le recorría las venas se multiplicaba por mil cuando los carros pararon y por fin el fragor del tráfico se detuvo.

Los ancianos todavía no lograban reaccionar cuando el héroe de cocaína llegó donde ellos. Los miró y les habló suavemente, con delicadeza tomó las manos de los ancianos que parecían haberse congelado de tan fuerte que se estaban apretando. Cuando los abuelos ya se repusieron del impacto, lentamente empezaron a caminar hacia la otra vereda. El héroe de cocaína controlaba con la mirada cargada de violencia a los asesinos escondidos en sus vehículos que esperaban impacientes el lento cruzar de los ancianos.

“Dios te bendiga hijo mío” le dijo la anciana y su mano fría y llena de pecas le acarició el rostro al héroe.

Éste huyó de los ancianos rápidamente. Cuando llegó a la esquina otra vez las lágrimas le habían lavado el rostro.

---sniff…sniff--

--Ésta va por mi--se repitió.

Tomó un taxi esperando angustiosamente llegar a casa y desplomarse. Estaba exhausto.


DOS

El sol había salido ya hace unas cuatro horas pero el día estaba gris. El héroe de cocaína observaba desde su cama por la ventana. Incapaz de levantarse ese día estaba despierto desde los primeros ruidos de la mañana de su vecindario.

Cuando niño todos trataban de animarlo para que no esté triste y sonría, juegue o haga las gracias que a todos los niños se les obliga que hagan. Eso nunca fue algo que se vio en el pequeño héroe. Más tarde, cuando la crueldad abunda entre los niños monstruos que están creciendo, todos se burlaban porque lloraba cuando se enojaba, se emocionaba o peleaba. Ya era grande pero todavía mordía para defenderse en las grescas infantiles.

Pues ese día gris, otra vez, inexplicablemente las lágrimas le brotaban imparables sumiéndolo en un estado de desolación total en el que ningún poder humano lo haría sobreponerse. Ese día simplemente no podría bajarse de la cama. Eso sería humanamente imposible.

Pero generalmente los héroes tienen algo de sobrehumano.

Sniff…Sniff.

Dos tiros directos. Se acostó en posición absolutamente horizontal para poder sentir el flujo de energía extra y poder canalizarlo.

Sniff…Sniff.

Dos tiros no fueron suficiente y ahora era un poco más complicado canalizar el poder de la coca. A veces no hay fuerza humana y peor sobrehumana que levanten a un hombre de la cama.

El héroe de cocaína sabía que no podía exagerar con la tercera dosis pues su ánimo ese día estaba demasiado gris como para arriesgarse. La última vez que tomó tres dosis con el ánimo por los suelos, se sorprendió a si mismo sacándole la puta al mototaxista que casi lo atropella.

No, esta vez lo mejor que podía hacer por la humanidad era no salir de la cama los días que fueran necesarios.

Comentarios

|_Bonny_| ha dicho que…
Te encontré esta noche frente al parque de las ratas, me ha llamado la atención y más después de leer. Volveré por más.

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