Quito Norte


El día en la Agencia está por comenzar. Los empleados del primer turno de la mañana ya están trabajando.  A veces, parece que las personas acuden a las cárceles por su propia voluntad. La comida al medio día y los cortos paseos para sentir el sol, son las únicas libertades cotidianas que tienen los empleados del lugar.

Ese día, Fernando, había llegado más temprano que de costumbre. 

“hoy_es_mi_dia” ingresó la clave de acceso a su laptop. Buscó sus audífonos y antes de encontrarlos, entró una llamada a su celular. El capitán Molina exigía los videos de toda la Agencia, lo más pronto posible.

Ya he solicitado todos los videos. Le respondió Fernando.

Mire -lo único que yo sé es que no tengo los videos- y que los viernes a la gente no le gusta trabajar-.

Cuando Fernando terminó la llamada con una promesa, colgó y marcó rápidamente el número de su jefe de seguridad.  Trató de humillarlo, incomodarlo hacerlo sentir culpable e incluso lo acusó de que su lentitud le hacía cómplice del robo. Le dio 2 horas para entregarle todos los videos.

Cuando no encontró sus audífonos, sintió que nada estaba empezando bien ese día. Fue a su camioneta, buscó por todos lados. Escudriñaba el trayecto que separaba la oficina del parqueadero que llevaba su nombre cuando el guardia lo abordó y le preguntó qué buscaba.  Fernando lo saludó e hizo como si no escuchó la pregunta. El guardia trató de ayudar a buscar algo que no sabía qué era, pero que estaba decidido a encontrar.

Otra llamada interrumpió la búsqueda de Fernando, que, con un ademán, le pidió al guardia que parara.  Se internó en su oficina, mientras con la mirada seguía revisando el lugar. 

Le pedían que para obtener los videos debía redactar una solicitud. Entonces Fernando estalló con toda su furia. Les recordó que hace 3 semanas había enviado todo y esta vez, les comunicó que la única solicitud que enviaría sería la del pedido de renuncia de los responsables de esta situación.

Todavía faltaban 20 minutos para que empiece formalmente el día. Fernando estaba decidido a sacudir la Agencia de arriba a abajo, con el solo objetivo de hacer que ese Viernes sea miserable para todos.

 

Jueves 1 de Abril

Los guardias observaban los carros pasar.

El ajetreo del almuerzo había pasado. Algunos, todavía se movían como arañas bajo el sol, pesados del  arroz que la empresa no escatimaba en proveer.

Los empleados del lugar ocupaban lentamente sus escritorios. 

“quesejodaestaempresa123.” Ingresaba la clave en su computadora el empleado Zapata.

Desde donde él estaba, podía verlo todo. 

Sonrió cuando vio que los recién llegados, tenían capuchas y pistolas. Le pareció justicia social.

En su mente recorrió los objetos de valor. El celular: de la empresa; la laptop: de la empresa.  Zapata, tenía 25 centavos propios, lo justo para el bus de regreso.

Eran 3 encapuchados con pistola.  Afuera, en la puerta principal, uno de ellos tenía sometidos a los dos guardias, acostados boca abajo y con las manos en la nuca.

El más flaco y pequeño, sabía el camino.  Saltó el mostrador, entró en la oficina blindada, sacó a empellones a Alicia, la cajera, que llorando abrió la bóveda.

Recogió el dinero y salió. Entonces, disparó: un solo tiro a la pantalla gigante donde pasaban el video promocional de la empresa.

Tres motos recogieron a los asaltantes y partieron en direcciones diferentes.

Zapata, salvó sus 25 ctvs, y quiso saber cuánto era el botín que acababan de robar. No se resistió a hacerlo en Excel: unos 400 mil usd más o menos.


Primero, llegaron unos policías que respondieron a las llamadas al 911. Cercaron el lugar sin apuro. A los 15 minutos, llegó el capitán Molina en su carro, vidrios ahumados, sin placas y con una luz policial puesta encima al apuro, como en las películas de policías.

El conductor Panta, policía también, parecía un armario con gafas oscuras. Se bajó con la agilidad de un gato y abrió la puerta al capitán.

Molina, con las mismas gafas del gorila, bajó lentamente y se acomodó el terno. Encendió un cigarro y llamó a los guardias. El orangután con gafas, mantuvo a distancia a los curiosos.  Entre ellos a Fernando, que blanco de la angustia, pugnaba por hablar con el capitán.

El capitán Molina estaba puteándolos a los guardias y ninguno de ellos levantaba la cabeza.  

Después, apagó el cigarrillo y dio señal de que pase Fernando. 

Éste, gesticulaba como si su trabajo fuera cazar insectos invisibles y el capitán Molina con un gesto le pidió silencio.

Le pidió los videos de seguridad como si los necesitara para ayer. Encendió otro cigarro, para darle unos minutos al jefe de agencia que replicó con angustia que ya lo había solicitado pero que todavía no los tenía.

Molina no esperó a terminar el cigarro, lo tiró al piso. Panta lo aplastó y se fueron.

Fernando incrédulo se abalanzó sobre ellos y les cayó a patadas en su imaginación.

Al volver a su oficina, un tumulto observaba a Alicia, la cajera que, lloraba frenéticamente y pedía que alguien le traiga a su hijo, que lo necesitaba ver.  Sus compañeras de oficina le daban té, le pasaban la mano por la cabeza como consolando a un niño. 

El jefe de Agencia, hastiado al ver el drama, le dio el resto del día libre y Alicia fue corriendo a ver a su hijo en la escuela.

Cuando llegó, pidió permiso a la profesora para que le permita salir a Fernandito.  Besos, señales de la cruz y lágrimas incontrolables abrazaban al niño, que preocupado, se dejaba querer, mientras el resto de los niños, incluyendo la profe, miraban por la ventana.

Se lo llevó a casa, le cocinó un almuerzo sano. No lavaron los platos, ni le pidió a su hijo que recoja los suyos.  Se metieron en la cama, comieron helado y se pusieron a ver una película infantil. 

Cuando Fernandito se durmió, Alicia llamó al padre del niño, le contó lo sucedido, pero le dijo que no vaya a verlos. 

Se acurrucó junto a su hijo sintiendo que ese día pudo morir.

Amanecieron con la ropa puesta. La televisión había entrado en modo hibernación, y el logo de HP rebotaba desesperantemente en las esquinas de la pantalla.

 

Zapata salió a la hora de siempre. Indiferente al ajetreo del bus cruzó la ciudad en dirección a su casa.  En la tienda de la esquina compró dos panes, una leche y un pote pequeño de queso untable.  Cuando entró en casa, prendió el televisor sin mirarlo.

Le puso agua a sus cactus y pensó lo bueno que era no tener mascotas.

A la hora del noticiero, estaba metido en su cama, mirando la TV y rumiando su cena.

Cuando vio la noticia del asalto a su Agencia, volvió a sonreír.

Al otro día, despertó a las 5 y 49 am, tomó su vaso de agua, casi sin esperar a despertarse bien.  La alarma encendía la radio y sonaban las noticias.

Pasó el café, alzó el volumen, y se comió el pan mientras miraba por la ventana la gente pasar.  Al salir de la casa, el reloj de pared marcaba las 6 y 49 am. Cerró con doble chapa, antes de dar el primer paso, miró a ambos lados como si fuera a cruzar la calle. 

Tomó hacia la izquierda, mientras se acomodaba los audífonos. Cruzó la ciudad en un bus repleto de fantasmas que iban dormidos a sus trabajos.

Cuando llegó a la empresa, marcó el biométrico a las 7 y 49 y se jactó de su puntualidad.

*quesejodaestaempresa123.*.  Zapata abrió el mail. Tenía una citación judicial firmada por el capitán Molina, el correo había sido enviado con copia a Fernando. 

A Zapata se le dañó el día. Tuvo que ir al baño, aun cuando faltaban 13 minutos para que esté despejado. Desconectó torpemente los audífonos de la computadora y sus colegas pudieron escuchar I wanna be sedated.

A la entrada del baño se cruzó con Alicia, que siempre salía a esa hora luego de su sesión de maquillaje.

En la intimidad del retrete se convencía a si mismo que no hay nada que temer.  Pero se lo repetía como un mantra, parecía un poseído rezando una angustiosa plegaria. 

Logró recomponerse y, al salir del baño, supo que tenía la suficiente fuerza como para ir y pedirle permiso al jefe de agencia y cumplir con su diligencia policial.  Antes, pasaría por el cubil recogiendo sus cosas. Al llegar, una montaña de dudas cayó sobre sus espaldas y lo único que pudo hacer fue agarrarse a los audífonos que seguían repitiendo la misma canción, una y otra vez.

Ese día Zapata no fue a la citación.

Alicia

La alarma encendía las noticias. Un locutor repetía la hora 3 veces cada vez que lo hacía.  Eran las 4:30 de la mañana, las cuatro con treinta minutos, faltan 30 minutos para las 5.  Alicia se levantó, metió el arroz en el tapper, picó chochos con tomate, cogió un limón entero. Metió todo en una bolsa de tela.  Luego hizo la lonchera de Fernandito. El locutor repetía que eran  las 4 y 45 minutos, falta un cuarto para las 5, son las 5 menos cuarto.

A las 5 salieron. Alicia cargaba a su hijo como si fuera un maniquí semidormido. Se metían en el taxi colectivo que la ayudaría a cruzar la ciudad hasta llegar a la casa de su madre, quien le llevaría a la escuela.

Fernandito desayunaba con la abuela y lograba despertarse con las primeras mordidas que le daba a un pan recién sacado del horno.

Alicia, timbró a las 7 y 45.  Y su dedo índice temblaba.  Avanzó a su oficina, que parecía una celda de cristal con vidrio antibalas.  Cuando se sentó, tocó debajo del escritorio a una imagen de la virgen, se santiguó y abrió el correo.  Entonces leyó la citación.

 

EL CASO

Estimada Caicedo Alicia:

Se la cita con el carácter de urgente, a rendir su versión de los hechos suscitados el día Jueves 2 de abril del presente año en la empresa Grupo Mavesa.

Lugar: Unidad de Investigación de la Policía Nacional.

Fecha: Jueves 2 de Abril. 9h00

Hora Término: indefinida.

Requisitos : Cédula Original y copia; copia del contrato de trabajo.

 

Atte.

Capitán Andrés Molina

 

Alicia sintió en las entrañas la citación.  Volvió a tocar la estampita debajo del escritorio y salió de su celda en dirección a la oficina del Gerente.

Temblaba, otra vez. Llevaba, impresa, en la mano el correo, como si tuviera que presentar pruebas para pedir permiso y salir. 

Golpeó tímidamente la puerta transparente y saludó.  Fernando no despegó la cabeza de su computadora -ya sabía para qué venía la cajera-, la interrumpió y le dijo:

Permiso para la citación? Le extendió el permiso de salida firmado.  Entonces la miró por primera vez.

Alicia tomó el papel y salió apresuradamente.

Cuando llegó al despacho policial el capitán Molina le salió al encuentro.  La había estado esperando.

-Vamos a otro lugar- Le dijo. El capitán Molina se refería a los chismes de oficina. Pero Alicia se puso blanca del susto y pensó que la estaban secuestrando, desconfió de Molina. Sin embargo, se dejó conducir como una escopolaminada, a una cafetería que quedaba a la vuelta del viejo edificio.

Molina pidió una coca cola helada y un té de manzanilla. Le pidió a Alicia que tome el té y se tranquilice, pero no esperó a que eso suceda. Le puso el celular en el rostro y le mostró los videos que tenía.

Le dijo: Mire con atención y me cuenta algo raro.

Alicia no podía imaginarse que podía ser algo raro en un asalto a mano armada. Se puso a mirar concienzudamente, como si viendo esos encapuchados intensamente, podría conseguir identificarlos.

Molina se tomaba la cocacola directo de la botella y sin respirar.  Paró cuando iba por la mitad. Eructó educadamente escondiendo el tufo con su mano.

Luego le mostró los otros 2 videos. Pidió una porción de chochos con tostado.

Alicia se tomó el té demasiado rápido y demasiado caliente. Sudaba.  Perlas de humedad se le formaban en la frente, en la nariz, en el bigote. Y no encontraba nada raro.

Lo único que le llamó la atención fue lo que no encontró, pero de eso se dio cuenta cuando ya estaba en el bus, ventilándose con la ventana abierta, volviendo a casa.

Lo que esperaba ver y nunca vio fueron los videos de las cámaras de seguridad que la empresa había puesto en lugares estratégicos para monitorear el trabajo de los empleados. Entonces le mandó un wasap al capitán con el dato.

Molina lo leyó pero no contestó.

 

Sábado 4 de Abril

A Fernando le dolían los pies. Se sentó y fue como si se derrumbaba un edificio.  Por fin estaba en su escritorio, cerró la puerta de su oficina transparente. Conectó los audífonos a la compu, puso en el youtube un audio que empezaba diciendo:

“hoy es el mejor día de tu vida, sonríe y concéntrate en tu respiración..”

Cerró los ojos, se sacó los zapatos de suela y se reclinó sobre el gran sillón.  Se quedó dormido.

El guardia golpeó la puerta de vidrio y despertó a Fernando.  Eran las 10 de la noche.  Salió apresuradamente sin mirar al guardia, quien le lanzó un “hasta mañana Ingeniero”, como quien saluda al viento.

Camino a casa, revisó el celular. Dos llamadas perdidas de su esposa. El whatsapp a reventar. Mientras cambiaba el semáforo de rojo a verde, abrió el correo institucional.  139 mensajes sin leer. 

Al llegar a la casa, mientras esperaba que se abra la puerta automática, volvió a revisar el correo del trabajo y leyó el correo de Molina. Los videos no decían nada.  Agarró lentamente su cabeza entre las manos y comenzó a darse golpes en el volante, como diciendo: ¿por qué a mi?  Necesitaba más.

No quiso bajar del carro, sentía que si se quedaba ahí, frente al volante, por lo menos tenía una oportunidad de escapar de todo esto, o posponerlo al menos. 

Su esposa lo miraba desde el umbral de la puerta.

Fernando durmió en el carro.

El domingo, Fernando pasó el día ausente mientras organizaba una parrillada familiar.

El lunes, Fernando sabía que tenía que conversar con Alicia.

Alicia era una de las empleadas más antiguas de la oficina. Al ver que los videos no mostraban nada, recordó que durante un tiempo en el que las mini cámaras se pusieron de moda, la esposa del dueño de la empresa, quien también es la jefa de recursos humanos,  decidió colocar algunas en sitios estratégicos según su criterio.  Estas cámaras vigilaban el comportamiento de las cajeras, de algunos espacios públicos como los accesos a los baños, los pequeños salones de la cafetería, la caseta de los guardias.  Algunas cámaras se colocaron para vigilar a algunos empleados de quienes se sospechaba que robaban o estaban en algún romance con colegas de la oficina.

Los casi mil trabajadores de la empresa decían que esas cámaras vigilaban todo y que la esposa del dueño las usaba para pedir reportes de vestimenta, escotes exhibicionistas, zapatos deportivos en días oficiales, tiempo de permanencia en los retretes, consumo no autorizado de las expensas de la cafetería.

Los gerentes, todos ellos hombres, también se sintieron acosados, vigilados.  Los altos salarios no justificaban esa intromisión en sus vidas privadas, así que empezaron a argüir un plan de boicot para erradicar las minicámaras que pululaban en la empresa. Lo convencieron al dueño que lo de las cámaras era para vigilarlo a él y que su esposa lo que en realidad había logrado era supervisarlo todo el tiempo y no a todo el mundo, como él estaba convencido.

No pasó mucho tiempo para que él mismo ordene desmantelar todas las cámaras. Sin embargo, Alicia no estaba segura de si todas habían sido desinstaladas. La posibilidad le rondaba en la cabeza como algo pendiente, como una tarea que se pospone más de una vez. Esto se mezclaba con sus dudas y temores de la próxima citación: ¿qué le iba a decir al capitán Molina? ¿y si sospechaban de ella? ¿Y si las mismas investigaciones descubren que hay cámaras no desactivadas y que ella sabía de eso y aun así no dijo nada a nadie?

Alicia fue y le contó al jefe de agencia todas sus angustias. Fernando vio la luz, era una oportunidad de mejorar su imagen tan alicaída luego del asalto y la decepción con el nulo avance de las investigaciones.

Agencioso, se puso a escribir un memo interno solicitando permiso para iniciar una “revisión intensiva del programa de vigilancia mediante minicámaras” en el último párrafo incluyó, lleno de entusiasmo: “existe la posibilidad de encontrar nuevas captaciones de video que permitan progresar en la identificación y captura de los delincuentes”

Pero lo único que encontraron fue cientos de videos del rostro de varios funcionarios que, aburridos, trabajaban en frente de sus computadores.  Fernando, aburrido también, revisaba sin ganas las repetitivas imágenes, que mostraban una y otra vez el tedio del trabajo cotidiano. Las mini cámaras captaban de frente a los funcionarios que, sin sospechar que estaban siendo filmados, vivían su vida normal frente al computador.   La sección de cubiles se organizaba en el segundo piso del edificio, ahí se concentraban la mayoría de trabajadores de la Agencia.  De pronto, en el video todas las cabezas que aparecían en la toma, miran bruscamente hacia una sola dirección, como si algo hubiera llamado su atención.  De esas cabezas, sólo una sonreía ampliamente, era la de Zapata mirando la llegada de los asaltantes.

Fernando tenía un avance.




El Martes, Livington Panta se levanta a las 4 am como todos los días. Luego de 60 minutos de una rutina de ejercicios que incluye máquinas de gimnasio, ducha fría y un desayuno de deportistas de alto rendimiento.

Tiene una foto grande pegada en la pared en la que aparece él con guantes de boxeo. Levanta sus manos, incrédulo de haber ganado ésa su primera, y única pelea oficial.

Al salir del diminuto cuarto donde vive, se echa una última mirada en el espejo de cuerpo entero que está detrás de la puerta de salida. Satisfecho de si mismo, se coloca sus gafas oscuras y piensa que una de las razones para ser el gran policía que él siente que es, sin duda, incluye su musculatura.

Cuando llegó a la delegación, fue directamente al baño.  Sacó su kit de aseo y se pasó la peinilla por el perfecto peinado, que se había desalineado un poco por el uso del casco. Ajustó su corbata y ensayó un jab al rostro mientras amagaba pelear con su propia sombra.

Eran las 10h00 am de un martes desapercibido. Livington en su escritorio, revisa el periódico más sangriento de la ciudad. Cavilaba sobre cómo atrapar maleantes, someterlos y ensayar golpes sin dejar huella. Ganchos al hígado, cabezazos en las orejas. Rodillazos.

Recordaba una vez, que atraparon a 3 asaltantes que huían luego de robar en la calle a dos turistas rubios, robustos y rabiosos. Cuando los tenía en el cajón de la camioneta, con las manos amarradas en la espalda, Panta ya les propinó unos contundentes pisotones para mantenerlos en el suelo.  De pronto, a dos cuadras escucharon un grito desgarrador y el impacto de un vehículo. Los otros policías corrieron a ver que pasó. Dejaron a Panta a cargo de los 3 delincuentes y los 2 turistas.

Al ver la situación, los turistas pidieron permiso para ayudar. Cuando Panta aceptó, se subieron a la camioneta y empezaron a darles una paliza con sus propias manos, maldecían fuera de sí, escupían. Los delincuentes aterrados se defendían a patadas y Panta, encendió el carro. Los llevó a todos a la delegación, al cuarto del fondo, les soltó las esposas y se dieron una paliza tres contra tres. Ganaron los turistas y Panta.

Los delincuentes salieron libres al otro día.

Llamaron a su extensión telefónica.

Zapata había llegado y en la entrada lo anunciaron. Panta corrió a la oficina de su jefe. La encontró vacía, con signos de que no regresaría por el momento.

Envió un wazapp, pidiendo al capitán hacerse cargo.  Molina le aclaró que son indagaciones previas y no un interrogatorio. Le permitió proceder con un pulgar arriba como respuesta.

Panta sabía que el jefe no regresaría a la oficina. Entonces se sentó en su escritorio, marcó la extensión del guardia y le pidió que deje pasar a Zapata.

Al entrar a la oficina, Zapata sintió la pesada mirada del policía Panta, e instintivamente giró hacia su derecha y se encontraron sus miradas.  Panta lo vio como el culpable de todos los males.  Sin saludarlo, le ordenó que se siente en el sillón de afuera, el que estaba a la entrada de la oficina.

Levantó el teléfono fijo y fingió hacer una llamada, pedir un informe enojarse por no haberlo recibido y exigir que no haya más retrasos. 

Lo hizo pasar y le mostró dónde sentarse. Prendió la grabadora, le preguntó por qué no asistió a la primera citación y estudió la reacción de Zapata.

Panta había leído todo el expediente, sabía que hay videos del suceso, aunque él todavía no los había visto.  No tenían pistas en firme. Sin embargo, Panta actuaba como si todos fueran culpables de algo. 

Panta le pidió que reconstruya los hechos con el mayor detalle. Hizo varias repreguntas para ponerlo nervioso.  Lo hizo dibujar rutas de escape, puso a prueba varias teorías. Él mismo saltó del sillón del jefe y se puso a bosquejar hipótesis criminales en la pizarra del costado que sólo se usaba para organizar los patrullajes. Terminó la jornada con las mangas de camisa recogidas, excitado. Afuera oscurecía y la mayoría del personal de la oficina ya se había ido a la casa.

Le pidió a Zapata que se marche y trate de recordar lo que más pueda. 

Zapata salió de su reunión con Panta sintiéndose el hombre más solo del mundo.  Deseó con todas sus fuerzas que algún amigo le invitara un encebollado, entonces se animaría a pedir una cerveza.  Recordaba que la última vez que casi le pasa, fue hace 5 años, un viernes cualquiera se encontró casualmente con un ex compañero de universidad y quedaron en almorzar a la hora del receso.  Ninguno de los dos se escribió para confirmar y cada uno almorzó en silencio y por su lado. Nunca más se volvieron a ver. 

A Zapata le parecía más desolador todavía comer solo.  Así que pidió para llevar.  En la tienda de la esquina cercana su casa, compró la cerveza. Caviló el resto de la noche su encuentro con Panta, la cerveza no logró quitarle lo amargo al recuerdo y el encebollado quedó intacto, enfundado en su bolsa negra con la cuchara plástica envuelta con una servilleta de papel.

Zapata se quedó dormido.

Miércoles

Eran las 10 am y los empleados salían a dar su paseo fuera de la celda, tomar el sol, fumar un cigarrillo y conversar un poco.

Entonces, llegó Zapata, transpirando, con la basta del pantalón metida en el zapato y la raya del peinado ligeramente torcida. Chuchaqui por la diligencia policial lo único que le podía dar paz en ese momento era ir directamente a su cubil y aislarse con la música a través de sus audífonos.

Fernando llegó en su imponente camioneta detrás de Zapata.  Los empleados que salieron por su cigarro, volvieron rápidamente a sus sitios de trabajo, como conejos que huían a su madriguera.

Zapata no alcanzó nunca a llegar a su cubil. Tendría que explicar por qué sonreía cuando los maleantes entraban en la Agencia. En el celular de Fernando, vio su propia cara sonreír en el momento que entraba el primer encapuchado. Una sonrisa como de niño viendo a papá Noel bajar por la chimenea. 

Hay veces en las que la mejor respuesta es el silencio.  Pero hay situaciones en las que el silencio no es una decisión propia, sino la imposibilidad total de reaccionar frente a ellas.

Esa fue la situación en la que se encontró Zapata, nunca se imaginó que algo así podía pasar. Ver su rostro sonreír era irrefutable. Se le ocurrían miles de razones por las que reírse cuando al patrón le roban su dinero, pero al mismo tiempo, eso lo convertía en sospechoso. Y esa era la segunda situación que llenaba de silencio la oficina: Zapata era sospechoso.  Y con eso en la conciencia y con miles de ojos sobre su cabeza, salió sin decir ni media palabra.




Jueves: La cámara de Gessel

Alicia estaba sorprendida de que el capitán Molina haya resuelto el caso, y peor con la ayuda del ayudante Panta, quien siempre le generaba dudas y una especie de desconfianza instintiva.

Pero ahí estaba ella, sentada viendo las fotografías de la pandilla a la que pertenecían los bandidos. El capitán Molina pasaba las fotos, y en su acostumbrado tono, le decía: Estimada Alicia, yo no le voy a decir lo que va a ver, pero usted es la que tiene que decirme que pare y explicarme lo que ve.

Primero se veían unas fotografías grupales. No más de 5, a veces seis jóvenes bebían fuera de una tienda.  En otra, aparecían todos en el valde de una camioneta gigante y llamativa.  Después aparecían una a una las fotos de varios hombres jóvenes, eran fotos de frente, las que se toman cuando caes preso. 

El capitán Molina, acabó de pasar las fotos. Alicia le pidió que las vuelva a mostrar y confirmó reconocer a uno.  Era el más pequeño y flaco de todos.  Sospechó de otro, más grande y acuerpado, pero no se atrevió a decirle al capitán. 

Molina le dijo que máximo en tres días atraparían a todos. El lunes tendría que ayudar a identificar los sospechosos en vivo.

Alicia, esa noche no pudo dormir. Soñó con Panta y quería gritar, lo hacía con todas sus fuerzas, pero no tenía voz.

El Lunes llegó demasiado rápido. Para Alicia era como si hubiera estado ayer en el edificio de la fiscalía provincial. 

Había llegado demasiado temprano. Para hacer tiempo y reponerse del metrobus, pidió un agua con gas en el restaurante donde se reunía con el capitán Molina. Al salir del baño del local, vio un tumulto que ingresaba: policías de civil llevaban a un grupo de jóvenes esposados.  Uno de ellos regresó a ver justo al lugar donde estaba Alicia y, extrañamente hizo contacto visual. Alicia casi se atora con el agua del impacto. Sintió que eran ellos los asaltantes de Quito Norte.

A la hora indicada, Alicia vio salir al capitán Molina del edificio y esperar impacientemente en la puerta de ingreso. La esperaba a ella.

Acudió a su encuentro.

El capitán le dijo que lo siguiera y subieron por unas gradas laterales al tercer piso.  Los pasillos estaban llenos de gente que esperaba, subía, bajaba.  La mayoría eran policías, abogados.  También estaban los familiares de los delincuentes, los testigos.  Todos esperaban algo, tenían turnos en la mano, carpetas, papeles. Todos se parecían entre sí.

Molina la dejó en uno de los pasillos y le pidió esperar. Desapareció entre el bullicioso ajetreo.  Después de unos minutos vio a Panta, vestido de civil, cruzar apurado el pasillo sin reparar en su presencia. Justo un segundo después apareció el capitán, la tomó del brazo y fueron a otra parte del edificio. En este pasillo la gente se había sentado en las gradas. Ahí la acomodó, y Molina volvió a desaparecer. Tenían que esperar su turno para al careo. 

La cámara de Gessel es la sala separada por un vidrio en la que el héroe señala al villano y se cierra el caso. Pero ésta parecía haberse detenido en el tiempo. Todo era antiguo, como en una película de los setentas. Parecida a una sala pequeña de cine, en el lugar que iba la pantalla, un  ventanal gigante permitía ver al otro lado sin ser visto. Por ahí desfilan los sospechosos. Al frente del ventanal, estaban unas butacas de cine en donde un grupo de policías veían el desempeño de los testigos.  Cuando Alicia ingresó, sin decir palabra por los nervios, un policía sentado en una mesa de plástico le explicó: Tres ingresos: debía recordar el número y señalar los sospechosos que reconozca. Alicia miraba sin mirar el ventanal.

De pronto se encendieron las luces. Ingresaron 6 personas, entre ellas, Panta.  Alicia lo señaló. En el segundo ingreso, estuvo el capitán Molina con los otros sospechosos. Alicia lo señaló a él también.  En el tercer ingreso, Alicia señaló a otro policía.  El reconocimiento había sido un fracaso.  Alicia no le atinó a ninguno. 

Visiblemente molesto, el capitán la esperaba a Alicia a la salida de la cámara de Gessel.  Le explicó que, siempre se mezclan los sospechosos con otras personas de civil, que nada tienen que ver con el caso.  Pero por razones de mala organización, le tocó a Panta y a él, ingresar a la cámara como sospechosos extra, pero que ella debía haber señalado a cualquiera menos a ellos.  Lo único que eso significaba era más trabajo.  Panta, sudando, saludaba desde lejos, mientras ingresaba con otro grupo de presuntos delincuentes.

Viernes: El capitán resuelve el caso

Molina revisaba indiferente el Facebook desde su celular.  Mataba el tiempo en el retrete, cuando le llegaron los videos del asalto, que Fernando, le había enviado al celular.

“ya no me dejan ni cagar tranquilo” Pensó, mientras abría los mensajes.

Empezó a revisarlos con la misma atención con la que un perro mira un partido de fútbol por televisión.

Los vídeos le mostraron lo que ya sabía: 3 asaltantes armados y encapuchados, 3 cómplices en moto, responsables del escape.  Más pistas concretas no había.  El caso estaba para el olvido.  A Molina le causaba fastidio el arranque de las investigaciones, pistas inútiles y testigos incapaces de sostener versiones.

Salió del baño y se ancló a su escritorio hasta terminar la tercera citación con la que volvería a ver las caras de los principales implicados: Alicia, Fernando y los guardias.

La oficina ya cerraba, la gente quería marcharse y algunos ya lo habían hecho sin ningún asomo de vergüenza. Molina esperó a que la mayoría de policías se vayan para no tener que hablar con nadie. 

Entonces llegaron los correos.

Fernando había conseguido extraer más videos de las cámaras que nadie se acordaba que las habían sembrado. El capitán Molina tenía todos los videos posibles. Ahí vio las caras de los asaltantes antes de ponerse la capucha.  Vio las placas de las motos antes de que las cubran. Pudo hacer una descripción física de todos.

Los guardias también fueron descartados porque se veía el terror en sus rostros.  

Congeló las imágenes de los asaltantes y se las envió a Panta. Le dio el fin de semana para resolverlo.

Panta, al ver las fotos en su celular, casi tuvo una erección de lo fácil que sería seguirlos, atraparlos.  Y golpearlos.

 

Un día cualquiera

El humo le salía en un suspiro de rabia contenida.  Escuchaba las carcajadas que sonaban escandalosas, como llamando la atención forzadamente.

Tres cabezas miraban la pantalla de un celular en posición horizontal. En ella, se veía a una chica burlar el acoso de 2 asaltantes armados que la perseguían sin éxito. El video empezaba con un carro parqueándose, una chica se baja y se da cuenta que la quieren robar. Amaga como un futbolista que se va a la izquierda y corre por la derecha. El primer asaltante, Jopo, es humillado como cualquier defensa que haya enfrentado a Maradona. Luego, la chica corre hacia un anciano que cruzaba, esquiva los disparos usándolo como escudo, como carrusel y vuelve a gambetear al segundo asaltante. Además, tira la llave de su carro, debajo de un camión.

El humillado, vuelve a dispararla.  Se agacha debajo del camión para alcanzar la llave, no lo logra, se incorpora y trata de hacerlo por el otro lado, tampoco lo logra.  Los dos asaltantes se rinden y huyen.

La cabeza del centro vuelve el video al principio y se vuelven a reir.

Jopo ahora juega con las volutas espesas de marihuana recién comprada.  A veces, el proceso  que parte del cogollo, secado, prensado y curado es corto. Entonces la hierba llega más pegajosa, huele mejor, es más húmeda y se la siente fresca.

Es casi el final del porro y Jopo sabe que haber fallado en el robo del carro era algo que podía pasar. Pero haber sido filmado y viralizado era humillante.  Tal vez era el momento de una pausa, pensar si seguir en lo de los carros o darle la vuelta a esa idea de robar dinero fresco, resinoso, recién salido del horno.

La idea era de Pedro, su sobrino, que lo admiraba como a nadie, y soñaba con dar el gran golpe. Él trabajaba en un cybercafé, de lunes a domingo.  Los domingos por la tarde iba siempre un cliente a hablar por teléfono con su mamá. Se compraba una tarjeta de llamadas internacionales, se conectaba con España y hablaban. Ahí el cliente despotricaba contra la empresa, la propiedad privada, y el tener que trabajar todos los días.  Pero se reía, le hacía chistes a su mamá, que trabajaba de sol a sol, en un hostal veraniego. Pedro sabía todo sobre él y lo estudiaba con atención.

Pedro, había terminado el colegio hace un año. Varias veces vio como Jopo llegaba en las madrugadas, pitaba desde diferentes carros y lo invitaba a salir de joda a su padre.  Jopo fue el que le dio su primer porro cuando terminó el colegio.  No quería que siga sus pasos, pero al mismo tiempo, lo impresionaba contándole sus mejores historias de ladrón. 

Pedro no tenía idea de qué estudiar, por lo que pronto su madre, le consiguió un trabajo a tiempo completo. Pasó de no tener internet a estar conectado casi todo el tiempo, el primer año los pasó pegado a sus audífonos. Hasta que instalaron las cabinas telefónicas, entonces Pedro a veces podía escuchar a través de los auriculares y pronto se dio cuenta de que había mejores historias a través de las cabinas que del scroll infinito.  

Pedro, sabía que todo tipo de información era importante, que cualquier dato, minucia, o pequeñez insignificante podía ser crucial y cambiar el curso de la historia.  Eso lo aprendió de su tío. Por eso, cuando le propuso el asalto a Mavesa, sabía que los terceros jueves de cada mes, por la tarde, se llevaban todo el dinero de las ventas de la sucursal Quito Norte, pero a la hora del almuerzo, sólo quedaban dos guardias activos. Ése era el plan que Zapata le contaba a su madre para que ambos no tengan que trabajar hasta jubilarse.

Ese día, Jopo les propuso a los ladronsuchos que se reían de él, que les tenía un trabajo. Les entrenaría, les haría creer que son los mejores delincuentes del mundo y les pondría a hacer el trabajo sucio. Ellos lo verían como la oportunidad de su vida.

 

 

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