Gustavo Cerati
Tenemos que matarlo, por favor. Le pidió a su hermano que todavía dormía la borrachera anterior.
A él mismo la cabeza le reventaba y buscaba desesperadamente una piscina llena de hielos en la cual sumergirse y bucear para atiborrarse de analgésicos.
El otro se movió para demostrarle al mundo que estaba vivo y le advirtió: Si no vuelves a poner Cerati en todos los chuchakis, entonces te juro que estoy con vos. Me parece justo, además ya estamos aquí. Hay que sacarlo de esa resaca permanente. Todas las veces duele escuchar su música.
Lo que me preocupa es la vieja, cómo nos deshacemos de ella.
Eso es lo más fácil. No creo que recuerden mucho a una anciana sometida a palos en esta ciudad rabiosa.
...
El aire acondicionado obligaba a subir el volumen de la televisión. El tono amistoso encendido y las carcajadas fingidas de los animadores del programa fueron suficientes. Llenaron de humo la habitación del hotel y salieron.
Parecía coincidencia pero era un domingo tarde y regresaban al aeropuerto solos y en silencio. A ellos no les gustaba sabina pero en el taxi sonaba su canción. Y era una que nunca habían escuchado antes. Entonces esta vez por fin les gustó el garganta ronca. Eso sólo podía pasar en buenos aires. Tal vez le habían regalado un ídolo más a esta ciudad acostumbrada a alimentar becerros de oro.
Tal vez ahora todos podían amar a Cerati definitivamente.
Tal vez haya que matar también a Charly...
A él mismo la cabeza le reventaba y buscaba desesperadamente una piscina llena de hielos en la cual sumergirse y bucear para atiborrarse de analgésicos.
El otro se movió para demostrarle al mundo que estaba vivo y le advirtió: Si no vuelves a poner Cerati en todos los chuchakis, entonces te juro que estoy con vos. Me parece justo, además ya estamos aquí. Hay que sacarlo de esa resaca permanente. Todas las veces duele escuchar su música.
Lo que me preocupa es la vieja, cómo nos deshacemos de ella.
Eso es lo más fácil. No creo que recuerden mucho a una anciana sometida a palos en esta ciudad rabiosa.
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El aire acondicionado obligaba a subir el volumen de la televisión. El tono amistoso encendido y las carcajadas fingidas de los animadores del programa fueron suficientes. Llenaron de humo la habitación del hotel y salieron.
Parecía coincidencia pero era un domingo tarde y regresaban al aeropuerto solos y en silencio. A ellos no les gustaba sabina pero en el taxi sonaba su canción. Y era una que nunca habían escuchado antes. Entonces esta vez por fin les gustó el garganta ronca. Eso sólo podía pasar en buenos aires. Tal vez le habían regalado un ídolo más a esta ciudad acostumbrada a alimentar becerros de oro.
Tal vez ahora todos podían amar a Cerati definitivamente.
Tal vez haya que matar también a Charly...
Comentarios
además de salir con un autógrafo y reconciliado con la escritura después de oírlo; salgo ahora yo, con éste cuento: www.mefuiavolver.blogspot.com
saludos y gracias por la visita a quito.
RESPUESTA DE MARIO MENDOZA!
Muy bien, me encantó el tono, sobrio, directo, de oraciones cortas. Y la última frase, perfecta. Me alegra que la literatura vaya creando redes, telarañas. Saludos, MM.
http://mariomendozaescritorcolombiano.blogspot.com/2014/06/confesion-laura.html