animales en cautiverio
Cuando lo veía me parecía que el cautiverio fuera una enfermedad que sólo a él lo perseguía. A veces era curioso observarlo cuando estaba fuera de algún recinto cerrado, se notaba que él no pertenecía al ambiente externo. Caminaba por las calles con tremenda desconfianza y trataba de evitar rutas concurridas o peor aún donde encontrara gente conocida.
Los reflejos eran su punto de control, y a la vez, alivio. Cuando le atinaba a pasar por un ventanal, rápido se viraba medio perfilado para alcanzar a ver su imagen general y recurrir a algún desesperado recurso de corrección de aspecto para, al menos chupar la panza, pasar una mano por el impecable peinado y subir los hombros. Eso hacía frente a los miles de reflejos que uno puede obtener echando un paseo por la ciudad.
Me puse a seguirlo casi sin darme cuenta. Caminaba contemplativamente y absorto en trivialidades cuando captó mi atención un brusco movimiento contra el ventanal por el que yo pasaba. Así fue como le vi por primera vez. Su acción fue tan enérgica y llena de vida que me sentí en la obligación moral y solidaria de, yo también, echar un vistazo a mi aspecto. No estoy seguro pero cuando él ya terminaba su relampagueante control visual me miró con el rabillo del ojo y se apuntó una media sonrisa o media mueca que me dejó dudando. Si no fuera por esa duda o incertidumbre, jamás me hubiera animado a seguirle.
No fue mucho tiempo, tal vez unos 20 minutos a pie. En ese trayecto repitió el acto del reflejo treinta y siete veces. Aproximadamente quince cruces de vereda (yo, que también llevaba estadísticas de mis movimientos, necesité sólo 6).
Todos le parecían sospechosos.
Cuando iba llegando a su casa advertí que estaba cerca porque llevaba buscando las llaves desde 4 cuadras atrás, a la tercera ya la tenía en su mano derecha. En la segunda cuadra la llave correcta ya estaba en su diestra y apuntando los últimos metros llegaba a la puerta y la abría triunfal, no sin antes echar un último vistazo a lado y lado.
De tanto seguirlo me aprendí su ruta y ahora me cruzaba dos o tres veces al día en diferentes lugares para que no sospechara. Sus tiempos y movimientos eran muy predecibles. Tanto así que yo ya sabía en cual esquina pararme para verlo llegar a través del reflejo de los ventanales.
Varias veces pasó muy cerca de mí y poco faltó para que yo me animase a hablarle y cruzar un par de palabras. Este demente era un personaje más de la ciudad y yo necesitaba conocerlo. Él había llevado al máximo sus obsesiones, q también eran mías, (aunque tal vez más leves), al punto de cumplirlas en público y a plena luz del día.
Mas, mi curiosidad o impertinencia parecieron dar un giro cuando lo vi venir a lo lejos. Yo llevaba unos minutos de retraso y claramente advertí que se dio cuenta de mi presencia. Cruzó la vereda al verme, desvió su ruta acostumbrada y desapareció con tanta energía que no pude seguirlo más. Había huido de mí. De pronto, mi anonimato que era lo único que me permitía seguirlo a mis anchas, se perdió. Pasé a ser un rostro conocido y bien sabía yo que este loco huía desesperadamente de las caras conocidas.
Por varios días no me lo volví a encontrar, mas sin embargo yo ya había adquirido la costumbre de cruzar la vereda varias veces, y de aprovechar el menor reflejo para echarle un ojo a mi apariencia. Sin darme cuenta, empecé a hacer la ruta del orate, y no sé si a fuerza de haberlo seguido tanto, yo también empecé a esquivar caras conocidas y a esconderme en las esquinas si veía a alguien pasar.
Una vez que me miraba en el reflejo de una puerta de cristal, alcancé a verlo a mis espaldas, como a tres cuadras de distancia. Me paralicé porque sabía que me estaba observando, él estaba ahí para mirarme, quién sabe si me estaba siguiendo. Sin duda era mucho mejor en eso de seguir a la gente sin que lo noten. Decidí fingir una llamada al celular para ver si seguía su camino o desaparecía, pero no.
Sentí temor y empecé a pensar que no era un loco inofensivo, tal vez era un enfermo con alguna tendencia a la violencia y me agarró el pánico, decidí darme vuelta y seguirlo para ahuyentarlo. Sabía que huiría en cuanto se vea perseguido. Había desaparecido, caminé las 3 cuadras que nos separaban, llegué a la esquina y me topé con un edificio inmenso con fachada y ventanales obscuros, de esos que sólo permiten ver si estás adentro.
Entonces sentí que él estaba ahí en ese edificio, observándome. Nunca lo vi, pero mi movimiento brusco e inconsciente frente a los reflejos, seguramente me había delatado. Ahí debió haber confirmado todas sus sospechas de que lo estaba imitando y lo había seguido varios días. Todo eso cruzó en mi cabeza mientras me pasaba la mano por el pelo y chupaba la panza frente al edificio de cristales.
Ahora sudaba del miedo y hui del sitio desesperadamente.
Fui corriendo a mi casa y faltando 3 o 4 cuadras empecé a buscar la llave, cuando ya la tuve en mi mano, me sentía un poco más aliviado. Aunque me moría por saber si me seguía el desquiciado mental, el miedo hizo que sea incapaz de voltearme. Entré, cerré con doble llave y rompí todos los espejos y reflejos de la casa.
Mañana cambiaré todas mis rutas y dejaré de buscarme en los reflejos. Él ya me había encontrado.
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