encuentros del más allá

Elvis “El Rey” Presley acaba de meter en sus 130 kilos de peso un cóctel de medicinas, antidepresivos y analgésicos. Por si eso no fuera suficiente para su gran cuerpo, le aumenta cocaína líquida al vaso y se zampa todo de un bocado como si estuviera a punto de salir a un concierto más. Entonces se dirige al baño. Una vez ahí, se saca una a una todas las prendas de la indumentaria, todas menos sus gafas y la vieja camiseta de la DEA. Se sienta en la taza del baño y pone el alma en su cometido hasta que se queda dormido.

El Sr. Morrison se mira al espejo. Pese a que ha bajado un poco de peso, todavía tiene una barriga que lo divierte con la falsa seguridad de que por fin, dejarán de desearlo y escucharlo, y se pondrán a leerlo.
Se toma un jack daniel´s de un solo trago, Pamela está dormida y el Sr. Morrison se mete una línea. Se acerca a ella, quiere follar. Empieza a cantar, canturrear, habla bajito como en sus primeras juventudes, improvisa versos y se mete en la cama desnudo.
Pamela lo rechaza, se da la vuelta y le da las espaldas. El Sr. Morrison insiste y su compañera cósmica le demuestra con el tacto su inexistente erección. Decepcionado, se toma otro jack. Sale de la cama y de la casa, habiéndose enfundado una vez más, en su pantalón de cuero y las consabidas botas.

Cuando los otros llegan, Carlitos Bukowski ya estaba en el bar hace dos horas. Era su segunda botella de vino, conversaba con dos muchachitas. Por la mañana su esposa le había preparado el desayuno y él lo acompañó con una cerveza. Después se fue a escribir en la computadora que le había regalado su hija.
–Bebo menos y escribo más- les decía a las groupies boquiabiertas y brindaba la 3era ronda.
–La he abandonado- proclamaba hecho el coqueto y ellas no sabían si hablaba de su mujer o de la vieja máquina underwood donde había escrito toda la vida.

Cuando El Rey se despertó le dolía el intestino como si fuera toda su columna vertebral y el dolor circulara por ella sin piedad. Se tomó un puñado de analgésicos. Bebió abundante agua y volvió a vestirse meticulosamente. Esta vez aumentó la dosis del cóctel, el casco policial y, obviamente, el tolete. Salió en su Cadillac y llegó al bar, esperó que pase la ola de ovación y se dirigió directamente a saludar a Carlitos que estaba como siempre, rodeado de mujeres. Carlos Bukowski lo saludó sin levantarse y pidió que traigan una botella de whiskey. Cuando le trajeron sirvió a todos y brindó por el recién llegado, todos bebieron de sus vasos, pero El Rey, de la botella.

El Sr. Morrison llegó haciendo escándalo y golpeó el Cadillac estacionado afuera, que tenía en su techo una luz policial.
–Puto!- le gritó al carro. Pateó la puerta y aulló de dolor. Entró en el bar, citando un poema a voz en cuello. Carlitos lo vió y le preguntó –¿Mío?-.
–Mío, maderfucker!- le respondió y los poetas se abrazaron.

Siguieron bebiendo.

El Rey se levantó tambaleando y fue al baño del bar. Horas después salió, no encontró a nadie, se subió a su Cadillac, encendió la luz policial y salió a patrullar las calles de la ciudad. Era un hombre de bien.

El Sr. Morrison se había puesto como siempre y tenía a unos fieles borrachos y borrachas dispuestos a planear un asesinato o empezar una nueva religión. Hasta que llegó Pamela y se lo llevó a casa.

Carlitos caminaba absolutamente ebrio hacia su casa, afortunadamente vivía a un par de cuadras. Todavía una de las muchachas lo seguía. Se detuvo, ella llegó donde él. – Te lo has merecido- le dijo. Le dio un beso y consiguió que la muchacha le haga un blow job a cambio de un poema.

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