la casa 1000

El niño juega solo en el taller de estatuas religiosas. A veces se arrastra, prueba el sabor de las brochas, llora y su madre lo reprime o lo consuela. Más lo primero que lo segundo.

Pedro, el empleado, llega y le revuelve la cabeza como si fuera su hermano. No saluda con la madre, sin embargo se ven la una al otro y eso se ha convertido en su forma de decir: buenos días, aquí estoy para trabajar. Tiene 17 años.

Ella está despierta desde las 6 de la mañana luego de una terrible noche en la que el niño le recordó varias veces lo que es ser madre. Ahora se hace un café, se sienta en la mesa de la cocina, mira la hora y toma el trago más amargo de su matrimonio. Derrotada.

Lucho está ebrio, inconsciente y a punto de recuperarse de una borrachera asesina. Tendrá la resaca más grande de su vida.

El niño sabe que las brochas no tienen buen sabor, el niño sabe que arrastrarse es mejor que caminar. El niño sabe que Pedro lo quiere más que su mamá.

Pedro siente al niño, siente a la esposa y siente el aire asfixiante de los químicos, los refritos de un hogar deshecho y sus 3 centavos mensuales que no le dejan huir de esa casa que parece haber llegado a su fin. Tal vez quiere al niño, aunque podría querer igual a un perro. A veces fumar le ayuda.

Ella empieza a trabajar un cristo redentor, ya lleva hechos 3, le faltan dos, aunque esa casa es probable que ya no necesite ni siquiera el fuego de la redención.

Lucho recibe una llamada y 14 más que se convierten en mensajes de voz desesperados. Resucita aturdido, se muere de la sed y le echa un sorbo a los restos de una cerveza tibia. Escucha los mensajes.

Cuando Lucho llega hubiera preferido que el último trago fuera de cianuro. Corre cuando ve la columna negra de humo y siente un ladrillazo en la conciencia. Escucha las sirenas y un ejército de vecinos morbosos con sus celulares en ristre captan la catástrofe. No lo dejan avanzar y él abre el camino a puñetazos. Siente que se quema por dentro.

Ella grita y llora y se culpa por el café, es consolada por la muchedumbre. Pedro sale al final: negro, lleno de humo y llora también, se culpa por el cigarro.

Todos los culpables se salvaron, menos el niño.

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