la selva
Tú no estabas hecha para pasar desapercibida. Eras hermosa, estatura mediana y llevabas un vestido maravilloso. Tenías amigos y amigas con quien esconder la soledad en los antros de la noche. Pero esa noche, tu estatura se redujo tanto que tu vestido te hizo parecer una niña que usa el vestido de mamá y se tropieza con sus tacos. Parecías desconcertada al bailar sola entre parejas sudorosas que se comían las lenguas buscando humedades verdaderas. Algo había salido mal, también los tragos se te habían adelantado en la tragedia y tu equilibrio a veces parecía desaparecer. No encontrabas nadie para hablar. Estabas sola.
Yo me reí.
Apareció un orangután de la nada. La había estado observando, se acercó y empezó a bailar alrededor de ella, se rascaba el trasero y golpeaba los pechos. Yo podía oler su desodorante. Ella sintió la presencia del simio y no rechazó el acercamiento. Intentó decirle algo, se tambaleó y logró agarrarse del cuello del primate. Este creyó que la tenía y empezó a meterle la rodilla entre las piernas, su largo brazo le daba dos vueltas a la frágil cintura de la niña perdida y sacaba sus dientes abriendo sus labios para poder invadir con su aliento la oreja y la mejilla.
Finalmente no pudo más con las palabras, ella le gritó con tanta fuerza que rebotaba en el piso, su sien reventaba, parecía levitar. Eras hermosa. El simio no entendía nada, gesticulaba con sus largos brazos, mostraba risa de chimpancé, pero más bien gruñía desesperadamente. Esa noche no habría cópula.
Habías recobrado la dignidad pero no el equilibrio. Tu vestido blanco azulado se golpeó de lado a lado en el estrecho pasillo que conducía al balcón. Volviste a estar sola, ebria, pero entonces ya no te pareció una tragedia, respirabas a borbotones, con ganas, llena de vida y maravillosamente borracha. Distante, tu mirada se cruzó conmigo varias veces, pero era como si nos viéramos a través de mil espejos de oficina de interrogatorio.
Esa noche nadie podría dejar de estar solo. A ti el aire de la ciudad finalmente te salvaría. Y yo saldría del bar maravillado de haber observado tu descenso.
Yo me reí.
Apareció un orangután de la nada. La había estado observando, se acercó y empezó a bailar alrededor de ella, se rascaba el trasero y golpeaba los pechos. Yo podía oler su desodorante. Ella sintió la presencia del simio y no rechazó el acercamiento. Intentó decirle algo, se tambaleó y logró agarrarse del cuello del primate. Este creyó que la tenía y empezó a meterle la rodilla entre las piernas, su largo brazo le daba dos vueltas a la frágil cintura de la niña perdida y sacaba sus dientes abriendo sus labios para poder invadir con su aliento la oreja y la mejilla.
Finalmente no pudo más con las palabras, ella le gritó con tanta fuerza que rebotaba en el piso, su sien reventaba, parecía levitar. Eras hermosa. El simio no entendía nada, gesticulaba con sus largos brazos, mostraba risa de chimpancé, pero más bien gruñía desesperadamente. Esa noche no habría cópula.
Habías recobrado la dignidad pero no el equilibrio. Tu vestido blanco azulado se golpeó de lado a lado en el estrecho pasillo que conducía al balcón. Volviste a estar sola, ebria, pero entonces ya no te pareció una tragedia, respirabas a borbotones, con ganas, llena de vida y maravillosamente borracha. Distante, tu mirada se cruzó conmigo varias veces, pero era como si nos viéramos a través de mil espejos de oficina de interrogatorio.
Esa noche nadie podría dejar de estar solo. A ti el aire de la ciudad finalmente te salvaría. Y yo saldría del bar maravillado de haber observado tu descenso.
Comentarios
un abrazo mi pana.... y no dejes de hacer esto