elefantes

Chronos caminaba por la vereda sabiendo que estaba retrasado. Tal vez 4 o 5 minutos pero esto ya lo ponía inquieto y le hacía caminar como si en realidad quisiera estar corriendo cien metros planos. Llegó al teatro y no supo por donde ir. Al fondo vio dos colas, todas de cabezas blancas, cuerpos curvos y lento caminar. Se imaginó una procesión de elefantes consternados en un cortejo fúnebre que mostraba respeto al difunto a través de la lentitud.

Cruzó los dedos para que la mancha de ancianos no esté yendo a ver la misma obra.

Buscó en vano letreros que indiquen cómo llegar a la sala Florencia Núñez de Balboa, en el piso de los Beneméritos Libertadores de la Noble Patria.

Imposible.

Tuvo que ir a preguntar al encargado o a alguien que pueda ayudarle. Fastidiado, volvió la mirada hacia la procesión de paquidermos de cabeza cana y vio que caminaban vacilantes, entrando en las puertas del ascensor como si la pared se los tragara.

Le indicaron el camino hacia el fondo del salón.

Mientras volteaba su cuerpo, alcanzó a maldecir a la madre de su suerte, y transformó en calle lo que hace un segundo era el acogedor corredor de un teatro.

Si alguien hubiera podido observarlo a fondo, habría notado el crujir de dientes impotentes. Habría sabido medir la temperatura que crecía como una ráfaga por su cuerpo, ruborizando los cachetes y alterando las glándulas sudoríparas hasta el punto de desconcertarlas.

Vio a la última anciana entrar en el ascensor y esta vez no quiso correr, menos insultar. Quiso matarla a cuchilladas. Llegó al ascensor cuando la puerta se cerraba y pensaba que tal vez sea mejor meterse los cuchillos él mismo y perdonar a la vieja.

Cerró los ojos porque casi se queda ciego mirando fijamente al numerito subir del cero al diez y bajar nuevamente y cada vez más lento hasta el cero otra vez.

Tinnnn.

Sonó la campana del ascensor. Se abrieron las puertas y él sólo alcanzó a distinguir un olor. Un olor que casi lo deja ciego e inmóvil. Un olor y un bulto, con cabeza roja.

No quiso ver más. No era necesario, su olor lo decía todo, seguramente tendría 45 años envejecidos por doscientos años de un trabajo burocrático. El perfume invadía todos sus sentidos y le contaba una vida de manteca rancia, hijos distantes y cigarrillos insomnes. La vieja.

Cuando Chronos salió del ascensor casi sin aire, sintió que cada poro de su piel se había abierto para recibir el ponzoñoso olor a veneno y que no podría sacárselo a no ser que se revuelque en el salino sudor del placer de un harén entero. Un siglo entero.

Cuando entró en la sala, todo era penumbra. Una débil luz desde el escenario, más que iluminar, lo desorientaba. Los mejores puestos ya estaban ocupados por un enjambre de cabezas blancas.

Encontró un puesto en la penúltima fila, junto al pasillo. Empezó a sacarse todo el vestuario de encima y sintió que hacía tanta bulla como si abriera un chocolate en un sepulcro. Otra vez el latigazo de calor e imaginó que miles de ojos se le pegaban como garrapatas asesinas.

Dobló el abrigo y lo puso junto al paraguas. Se sentó y el corazón rebotaba en las paredes del pecho. Pasó a desanudar la bufanda, lentamente, como si el más leve roce llamara la atención.

Respiró de alivio, se acomodó mejor en su butaca. Aflojó el sweater, corrió un hueco del cinturón para estar más flojo. Empezó a relajarse.

Alguien con aguda visión habría observado cómo esa respiración se hacía cada vez más lenta y el aire recorría cada extremidad de ese cuerpo atormentado por el reloj. Entonces ese alguien habría entendido claramente cómo esa respiración, pasados 5 minutos del inicio de la función, se hacía cada vez más pausada y profunda. Tan profunda que pronto se convertiría en un sonido, tan pausada que llegaría a ser un sonoro ronquido.

Los mismos pulmones del señor Chronos, que ahora trabajaban como en un bar en la playa, le moldeaban una plácida y pacífica sonrisa. Mientras él ignoraba completamente a la muchedumbre de ancianos que lo acosaban con sus ojos garrapatas y que se le acercaban lentos y pesados, como si fuera una estampida de elefantes asesinos, para acuchillarlo, aplastarlo, clavarle los paraguas, ahorcarlo con las bufandas y darle a beber tóxicos perfumes rancios.

Comentarios

diegoncia ha dicho que…
la obra que vieron se llamaba escuadrones de manteca

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