troc
Era una extraña sensación, más cercana de la certeza que del no saber qué va a pasar. Los primeros pasos fueron dados como resignados. Pie izquierdo del mismo lado de la cama y lo de la superstición nunca cruzó por la cabeza.
Había bajado finalmente, de dónde? No se sabe, los sueños no se controlan aunque intentar siempre será una posibilidad.
Se escuchaba al edificio respirar, la ciudad desperezarse y miles de perros a punto de ladrar. Hordas de carros dispuestos a asesinar. Todo empezaba como la hora cero de una matanza planeada hace siglos.
Casa adentro, el estómago estaba a punto de recibir dosis de energía artificial. Nadie podría asegurar que lleguen al alma y nutran al cadáver que deambulaba en las inmediaciones de esa casa justo antes de ser abandonada.
A veces el cielo tampoco se decide a mostrar sus planes y las nubes indecisas peleaban con un sol que se repartía como la niña linda y promiscua que todos tienen oportunidad de follar o amar.
Son los minutos en los que la seguridad del tener qué hacer va dictando los movimientos. O casi. Porque siempre a punto de hacerlo hay lugar para arrepentirse.
Hacer qué? Arrepentirse de qué?
Por lo pronto las nalgas estaban haciendo lo que la mayor parte del tiempo hacen: pasar sentadas. Pasan sentadas tomando cafés instantáneos, cerveza. Sentadas trabajando, muriendo. Sentadas escribiendo, olvidando.
En fin, cuando más cerca estás de hacer algo, el día se abre en dos y la posibilidad de no hacerlo te deja perplejo.
A veces reptar es mejor que caminar.
Ese día estaba a punto de empezar, o casi. Ese día estaba a punto de ser feliz o casi. Ese día se convirtió en noche, sin saber si algo pasó o nada. Ese día volvió a morir y la sensación de que algo estaba a punto de explotar se repitió desde el click, el mua, el sniff, el juá, el bua.
Había bajado finalmente, de dónde? No se sabe, los sueños no se controlan aunque intentar siempre será una posibilidad.
Se escuchaba al edificio respirar, la ciudad desperezarse y miles de perros a punto de ladrar. Hordas de carros dispuestos a asesinar. Todo empezaba como la hora cero de una matanza planeada hace siglos.
Casa adentro, el estómago estaba a punto de recibir dosis de energía artificial. Nadie podría asegurar que lleguen al alma y nutran al cadáver que deambulaba en las inmediaciones de esa casa justo antes de ser abandonada.
A veces el cielo tampoco se decide a mostrar sus planes y las nubes indecisas peleaban con un sol que se repartía como la niña linda y promiscua que todos tienen oportunidad de follar o amar.
Son los minutos en los que la seguridad del tener qué hacer va dictando los movimientos. O casi. Porque siempre a punto de hacerlo hay lugar para arrepentirse.
Hacer qué? Arrepentirse de qué?
Por lo pronto las nalgas estaban haciendo lo que la mayor parte del tiempo hacen: pasar sentadas. Pasan sentadas tomando cafés instantáneos, cerveza. Sentadas trabajando, muriendo. Sentadas escribiendo, olvidando.
En fin, cuando más cerca estás de hacer algo, el día se abre en dos y la posibilidad de no hacerlo te deja perplejo.
A veces reptar es mejor que caminar.
Ese día estaba a punto de empezar, o casi. Ese día estaba a punto de ser feliz o casi. Ese día se convirtió en noche, sin saber si algo pasó o nada. Ese día volvió a morir y la sensación de que algo estaba a punto de explotar se repitió desde el click, el mua, el sniff, el juá, el bua.
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